lunes, 29 de diciembre de 2008

Platero y los demás


Tal vez sea Platero y yo. Elegía andaluza (1917) la obra más popular de cuantas escribió, con pesadísimos retoques, alteraciones, pulimientos, incluso intentos de destrucción , el poeta Juan Ramón Jiménez (1881 - 1958), Tradicionalmente considerada lectura infantil (y consecuentemente obligatoria en los colegios españoles) no es, sin embargo, un libro para niños. Y para darse cuenta de esto, tan sólo hay que leerlo. No en vano, el grueso de la producción poética de Juan Ramón estaba ya publicado para cuando se escribió Platero y yo, habiendo afirmado su autor "yo nunca he escrito ni escribiré para niños". La confusión procede, sin duda, de una mala lectura del prólogo que antecede a todas las ediciones modernas del libro. Hay que saber que este prólogo, titulado "Advertencia a los hombres que lean este libro para niños", sólo tiene sentido en el contexto en el que se escribió, es decir, para una edición recortada para niños que se publicó con 63 de los 138 capítulos de la obra completa, en 1914; antes, por tanto, de la edición "verdadera" de Platero y yo.
Probablemente muchos de los que leyeron Platero y yo en alguna remota etapa infantil conserven una idea del libro deformada por lo lejano del recuerdo. Pero aún es más probable que entonces la obra les resultara ininteligible más allá de la anécdota. No preparados para apreciar la belleza del artificio lingüístico, los niños desprecin a Platero por inocente y a su autor por cursi. Desde luego, Platero y yo es una obra inclasificable: no se trata de una novela, aunque no carece de cuerpo narrativo, incluso temporal (un año transcurre entre las páginas del libro), su configuración en breves capítulos semiindependientes entre sí le ha valido la absurda denominación de "poema en prosa".
Releer Platero y yo con la mente adulta puede ser una grata experiencia para quienes deseen retallar su concepción errónea de la obra, porque ahora sí estarán capacitados para apreciar la belleza de las palabras sin ningún fin más que ellas mismas, la sutil crítica social de algunos pasajes, lo trabajado de las descripciones, la adjetivación sorprendente, la melancolía modernista, preciosista, detallista, la luz y el color cambiante del campo, la ingenuidad y malicia de los niños, los sobreentendidos adultos apenas desvelados, la alegría y la muerte.

TARDE DE OCTUBRE

Han pasado las vacaciones y, con las primeras hojas amarillas, los niños han vuelto al colegio. Soledad. El sol de la casa, también con hojas caídas, parece vacío. En la ilusión suenan ruidos lejanos y remotas risas...
Sobre los rosales, aún con flor, cae la tarde, lentamente. Las luces del ocaso prenden las últimas rosas y el jardín, alzando como una llama la fragancia hacia el incendio del poniente, huele todo a rosas quemadas. Silencio.
Platero, aburrido como yo, no sabe qué hacer. Poco a poco se viene a mí, duda un punto y, al fin, confiado, pisando seco y duro en los ladrillos, se entra conmigo por la casa...



jueves, 25 de diciembre de 2008

De mi corazón a mis asuntos


Lejos de intentar siquiera atreverme a entrar en el proceloso mundo de la creación literaria, ya que reconozco mis limitaciones al respecto, admiro a quienes lo intentan con toda su ilusión, por muy mala fortuna que tengan en dicho intento. Yo, que a lo que aspiro realmente es a ser una buena crítica, a estudiar arte y a emocionarme con lo que encuentro y valoro, si alguien me pide mi opinión, la digo. Si la opinión es buena, la digo de todas maneras. Si no, me callo ¿Por qué molestar? ¡Como si fuera yo por ahí perdiendo el tiempo en leer cosas que no me gustan! Por donde no soy bienvenida, no me acerco; ¡otros sitios más adecuados habrá donde gastar mi bilis! Antes llamar a un amigo que predicar en el desierto.
Tal vez sea un error hablar de mí, pero no puedo evitarlo hoy. Al fin y al cabo, es la primera Navidad de La Letraherida. Siempre he acariciado la idea de que quienes leen habitualmente esta página pudieran tener la sensación de que es una persona, con nombre, apellidos e historia, la que escribe, aunque nunca planteé este espacio como de confidencias personales.
Desde luego, mi amor por la Literatura empezó muy pronto, y no es fruto de la casualidad ni el resultado de haber tenido que rellenar un formulario. Siempre (aunque existieran intervalos de duda) tuve claro a lo que me quería dedicar, y lo perseguí desde muy pequeña, hasta hoy. No se puede decir que hubiera mucha gente, salvo mis padres, dispuestos a apoyarme cuando decidí estudiar letras. Siempre fui una buena estudiante, mi carrera no pudo tener mejor inicio que la Matrícula de Honor en Bachillerato, muchos consideraron que matricularme en Filología era un desperdicio de aquélla. Una vez en la Facultad, tuve la oportunidad de aprender de los mejores en cada campo, la ocasión de codearme con los críticos más entregados, con los profesores más reconocidos, y su entrega y ejemplo me llevó, poco a poco, a desear estar algún día en su lugar. Mi empeño va teniendo forma, hace poco me han concedido una beca y seré, a partir del 8 de enero, becaria investigadora de mi universidad. Para muchos significará tal vez muy poco, para otros, nada. Para mí no es sino el principio, si lo sé aprovechar, de algo mayor. Hace falta suerte, y también trabajo.
No quise empezar esta página con el ánimo de imponer mi opinión, ni de hacer de marisabidilla. Sólo pensé que sería interesante acercarse a los clásicos de la mano de alguien que supiera un poquito más de ellos de lo que es corriente. He intentado derribar lugares comunes y enseñar el lado interesante de obras que, a veces, son aburridas de puro obligatorias. He intentado compartir y comprobar que lo que había aprendido tiene un lado práctico para todo el mundo. Y me he divertido con ello.
Detrás de cada uno hay muchos sueños, anhelos, esperanzas. No somos conceptos, ni tampoco sólo el nombre de una página web. Ahora espero ser, para vosotros, un poco menos desconocida.

Feliz Navidad.

El verso del título es de Miguel Hernández, "Elegía a Ramón Sijé"
El autor de la fotografía es Sergio Gallego

miércoles, 17 de diciembre de 2008

En donde reina Amor cuanto ella mira


Hace algunos días he podido constatar con tristeza cuán acartonada está la imagen del (todo epíteto se me queda corto) poeta Francisco Gómez de Quevedo y Villegas (1580-1645). La mayoría de los lectores tiene una percepción insuficiente y estática heredada de la torpe explicación de los manuales de Literatura de la enseñanza básica, según la cual Quevedo es un poeta misántropo y misógino, cojo, semimarginado y malencarado, al que metían en la cárcel con frecuencia por enviar incendiarios anónimos al rey y al Conde de Olivares. De acuerdo, El capitán Alatriste (1996, Arturo Pérez-Reverte) le ha hecho un flaco favor, al dar entidad y difusión a una cadena de disparates fundamentada sólo en la leyenda.
Para quien se anime en alguna ocasión a descubrir al veradadero Quevedo a través de los hechos de su historia, ahí está la biografía Francisco de Quevedo (1998) de Pablo Jauralde Pou. Quien no quiera abrirla (lo cual es bastante comprensible, por otro lado) que por lo menos ojee el libro que traigo hoy: Canta a sola Lisi.
Se trata de un extenso poemario (más que cancionero, pese a su título) amoroso, cuyos versos desgranan lo más original, ingenioso e inteligente de la poesía amorosa del XVII (para mi gusto). No se puede decir que el poeta trabaje temas nuevos, ni metáforas nunca oídas, y sin embargo el lector de estos poemas de alguna manera los siente irreconciliablemente alejados del típico petrarquismo. La belleza de las imágenes de la amada, a veces abarrotada de oropel y lujo, a veces descarnada, desnuda, mostrada sólo en alma, es sorprendentemente moderna. El desgarro amoroso del poeta nos emociona hasta la lágrima, mientras que la ternura de la que en ocasiones hace gala nos brinda un remanso, un contrapunto de tranquilidad. A veces desbocado, a veces melancólico, pero siempre sobrecogedor; resulta grato e interesante descubrir a este Quevedo, pasando, a mayor gloria del poeta, la página donde dice "Poderoso caballero..."

Aquí tenéis la obra, está en Cervantes Virtual.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Todas las almas, de una en una


Como aquí las normas las pongo yo, he decidido saltarme hoy la de colocar sólo clásicos para poder comentar la novela Todas las almas (1989) de Javier Marías.
Lejos de pretender exponer un análisis demasiado elaborado de esta novela, pues apenas lo merece, me conformo con darla a conocer y recomendarla como una lectura muy ligera pero muy interesante y llamativa.
El protagonista es el típico personaje posmoderno: un profesor de universidad cínico, desengañado, irónico y displicente, un tanto patético, pero que consigue transmitir cierta ternura. Distingue perfectamente el amor del sexo, mejor dicho, es capaz de separarlos como rasgo de bajeza moral no exento de cierta picardía tristona, de cierta suciedad anímica. Se trata de un ser depresivo que nos manipula fácilmente, haciéndonos sentir con él, en su cercanía, el patetismo de su tragedia cotidiana.
Lo mejor de la obra, sin duda alguna, es el engranaje argumental. Funciona a la perfección porque consigue implicar al lector en el descubrimiento de la construcción de la trama, mediante el recurso del personaje escondido y de la identidad equívoca. Una historia construida aparentemente a partir de pinceladas inconexas que forman un cuadro aproximadamente descriptivo de la vida en Oxford de un profesor visitante, se convierte poco a poco en el marco en que un relato aislado dentro de éste, que constituye una anécdota sobre la pasión por los libros raros del protagonista, cobra sentido gracias a la memoria de uno de los personajes. Descubrir cómo dos personajes similares se unen a través del tiempo gracias a un hecho fortuito, una terrible casualidad de la vida, es el verdadero placer que esconde Todas las almas.
El papel estructural de la memoria, la descripción de la soledad del alma incomprendida, la sensación vertiginosa del paso del tiempo, la atmósfera de irrealidad que proporcionan los equívocos culturales, son los temas por los que merece la pena conocer esta novela, tan ingeniosa, tan pura, tan inteligente.
Y entretenida.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Más listo que el hambre


Y es que el hambre y la miseria como maestras insustituibles en tiempos oscuros son el gran motivo narrativo del Lazarillo de Tormes (1554), casi sin duda la primera novela escrita en español.

Demasiado a menudo se ha tomado el supuesto realismo del Lazarillo a pies juntillas. Yo quiero hacer hincapié en que, a la hora de acercarnos a la obra, tenemos que apartar de la cabeza las ideas sobre lo verosímil y lo realista que podemos tener hoy. Del mismo modo que no se puede decir que los Reyes Católicos fueran "nazis" por expulsar a los judíos, o que Quevedo fuera un autor "machista" o que tuviera poesía "existencial", no es correcto llamar al Lazarillo una obra "realista". La premisa es: es imposible calificar un hecho anterior con términos que responden a una escala de valores posterior, ya que incurriremos en un anacronismo. Así, se suele poner como ejemplo de la terrible realidad social española la aparición de la novela picaresca. Quienes consideran que la novela picaresca constituye una especie de literatura de denuncia social están muy equivocados. Es imposible hablar de literatura de denuncia en el siglo XVI. Una cosa es que se aproveche una situación para inspirar una obra literaria, y otra muy distinta que se lean unos hechos ficticios en marco y circunstancias como si de auténticos documentos históricos se tratase.

¿Cuán "realista" es el Lazarillo? ¿Qué convierte una novela en realista? Desde luego, no es posible considerar realista el hambre del protagonista, que le hubiera llevado a la tumba en el primer mes de vida con el ciego, su primer amo; ni tampoco la voz narrativa, que confiere a un ser marginal unas habilísmas dotes literarias. La hipérbole domina toda la narración, y la intención primordial de la misma es mover a risa, sin apenas pretensiones de lo que estamos tentados a llamar "denuncia social". Los personajes destacados como amos de Lázaro son tipos sociales asimismo hiperbolizados, para escarnio de los mismos ante un público que conocía los modelos en que se inspiran. ¿Cuál es la auténtica "denuncia" del Lazarillo? Hacer comprender a los lectores que la falta de educación y de bienestar arrastra a los individuos a una degradación moral como la que experimenta Lázaro de Tormes a lo largo de la novela. Su peripecia, además de hacernos reír, nos enseña que quien mantiene a su pueblo hambriento será capaz de hacerle perder la dignidad y de relativizar hasta la destrucción su escala de valores, convirtiendo a cualquier hambriento al que saque mínimamente de la miseria en un estómago agradecido, en un títere indigno y temeroso tan sólo de no perder su recién ganada posición.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Una cadena

A mí, que no me gustan las cadenas, ésta me ha caído en gracia. Y es que hace tiempo que me iba apeteciendo expresar a aquellos a los que leo las emociones que a veces un rápido comentario no es capaz de transmitir. Aunque a mí los comentarios apresurados me valen, muchas veces es suficiente saberte leída, aunque el comentario sea de pasada.

De todas maneras, os explico. Esta nominación consiste en elegir una imagen significativa para uno y ofrecérsela a aquellos a los que se quiera. La imagen ha de ser diferente, según quién la ofrezca cada vez. La que Diego me ha ofrecido podéis verla a la derecha.

La que yo ofrezco es ésta:



Me encanta leerte

Y quiero que sepáis que me encanta leer al Frikilósofo, por sus ideas tan originales y tan bien explicadas (es casi imposible no estar de acuerdo con él).
A Nepomuck por su espontaneidad y sinceridad (y su garra con todo el mundo ;).
A Ego, porque se nota que va de él mismo por la vida, realmente leerle me da mucha tranquilidad y siempre que quiere me levanta una sonrisa.
A Antonio Torres, un poeta tremendo y sorprendente
Finalmente, al propio Diego, al que he conocido casi al tiempo que su blog, y éste completa mi percepción de aquél.
Estos son los blogs que más me gustan, para ellos: "Me encanta leeros".

sábado, 22 de noviembre de 2008

Romanticismo


Hay que hacerlo ya. Tenéis que soltar lo que estéis haciendo ahora y entregaros con urgencia al torbellino de Romanticismo (2001), de Manuel Longares.
Se trata de una novela recientísima que, no obstante, viene recibiendo el aplauso, desde que se publicó, de la crítica más escéptica. Y ahora yo me sumo a ellos.
Sinceramente, me sorprendería que esta novela se conociera, porque no ha sido ningún éxito de ventas, y su circulación por circuitos relativamente selectos ha pasado desapercibida para el gran público. No obstante, pese a ser tan reciente, como magnífica pieza digna de atención crítica y estudio que es, ya ha "merecido" su correspondiente edición en Letras Hispánicas (Cátedra). Sólo este pequeño dato ya debería espolear la curiosidad.
Ambientada en el Madrid más acomodado y burgués, el "cogollito" del barrio de Salamanca, Romanticismo constituye una minuciosa pintura, un detallado fresco (como dicen los cursis) de la vida de esta clase adinerada desde el 5 de octubre de 1975 (con el comienzo de la enfermedad que llevaría a Franco a la tumba por fin) hasta el 3 de marzo de 1996 (la fecha en que el Partido Popular ganó las elecciones generales). En esos escasos 21 años de vida democrática, un puñado de individuos tratan de vencer el estupor que les causa la pérdida de lo establecido y pasan, con mayor o menor desenvoltura, por los obstáculos que una vida renovada para la que no están preparados de antemano les va poniendo. La inseguridad, el avanzar a tientas por la vida, es lo que une a todos los personajes de la novela. Las diferencias entre las tres generaciones que pasan por la novela, desde los que son maduros o ancianos en 1975 hasta los que empiezan a trabajar en torno a los 90, deberán ser superadas aprendiendo sobre la marcha los mecanismos necesarios para ello.
El paso del tiempo, la pérdida involuntaria de lo dado por supuesto, la zozobra de los esquemas de una vida, el fantasma del rojo, el peso de los errores propios y ajenos del pasado, que se van arrastrando como si se caminara por el fango, y la importancia de la memoria son los temas fundamentales de la novela. A medida que pasa el tiempo narrativo, el autor va enhebrando habilísimamente otras visiones y otros argumentos, hasta componer un amplísimo marco social donde los miedos, frustraciones y el orgullo de muy distintas personas dramáticas se van superponiendo gracias a una narración brillante, metódica, detallista; pero con un tono que sabe ser comprensivo a veces, irónico casi siempre.
Realismo, parodia y escepticismo ante el cambio histórico se alían en una novela que podría ponerse junto a la mejor narrativa galdosiana sin un instante de duda.

Romanticismo está publicada en Alfaguara y en Cátedra

viernes, 14 de noviembre de 2008

Para abrir boca


En espera de una sorpresilla que estoy preparando, y que tiene que ver con Benito Pérez Galdós. Ya comenté en otra ocasión una famosísima novela de este genio del Arte español. No hace falta ser un estudioso, pero sí haber leído toda su obra, para darse cuenta de la evolución que su Literatura sufrió en el trascurso de su vida, y que va irremisiblemente unida a la evolución de su pensamiento político y social, y a la marcha de la sociedad entera (especialmente por lo que tocaba a la burguesía madrileña). A quien le interese mucho, le recomiendo un par de imprescindibles artículos galdosianos en los que se ve perfectamente esa evolución. Uno es "Observaciones sobre la novela contemporánea en España" (1870) y el otro, "La sociedad presente como materia novelable" (1897). En los 27 años que median entre uno y otro escrito, Galdós modificó el punto de vista para la novela del Realismo de manera radical: pasó de una confianza en la clase media y en la alta burguesía en que serían éstos quienes resolverían los problemas políticos de España ya que tenían para ello los medios económicos necesarios, a abominar de esta misma clase cuando comprobó que, en vez de acometer las reformas a que estaban llamados, se habían dedicado en perder el tiempo imitando a la podrida aristocracia de la Restauración en usos y costumbres; y así volvió el rostro hacia el pueblo llano, hacia la clase obrera que cargaba sobre los hombros el peso excesivo de una sociedad que lo esclavizaba y necesitaba a partes iguales, peso que Galdós confiaba en que terminaría sacudiéndose de encima con la fuerza que le darían unos ideales más puros, dignos y desinteresados que los de la decadente clase alta.
Es por eso que el contraste entre Fortunata y Jacinta (1887) y la novela que traigo hoy bajo el brazo, Misericordia (1897), es tan acusado. En Misericordia, los personajes de clase media, aspirantes a una vida que no pueden llevar, y carentes de la humildad necesaria para admitirlo y salir adelante por sus medios, se presentan dependientes de aquellos a los que desprecian, encarnados en la figura de Benigna, "Nina", una figura tan admirable como fascinante, que encarna la abnegación y la sencillez más acendradas como tesoros de un corazón puro e ingenuo que entiende la vida como debe ser entendida, y que sufre por lealtad y bondadosa rectitud, y por la compensión de la situación de aquellos a los que se entrega en cuerpo y alma, según su natural benigno y misericordioso.
El escenario de la novela es un Madrid desconocido. Lejos del barrio de Salamanca, la acción se orienta de Atocha hacia afuera, hacia los suburbios. Lejos del campanario burgués de la catedral vetustense, las iglesias de Misericordia se miran desde las puertas donde se apostan los mendigos, luchando cada día por su porción de limosna. El arrabal, con sus mujeres desclasadas, sus niños revolviendo en la basura, su podredumbre, la miseria de los hospitales, cárceles y hospicios de acogida, las casas de prostitución, las tabernas, las cavas, la angustia que transmite el ciego Almudena, el mundo de los sueños y los deberes, la piadosa frontera entre la verdad y la mentira dulce, y la posibilidad de dignificar todo este ambiente, horrible sólo si se mira desde una posición acomodada, pero de tremenda fuerza y verdad si se sabe aprovechar la pureza y las ganas de cambio de sus gentes; todo esto es Misericordia. Y mucho más.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Medianera en amores


Y es que últimamente he descubierto este clásico, que, por serlo, está al alcance de todos. Se trata de la Tragicomedia de Calisto y Melibea (1502) de Fernando de Rojas (Comedia de Calisto y Melibea en una primera edición en 1499); comúnmente conocida como La Celestina.

Una obra fascinante que acumula sobre sí creo que el mayor volumen de bibliografía crítica para una obra en castellano. En realidad, la crítica se interesó por ella más tarde que por otros clásicos, no fue hasta mediado el siglo XX que se empezó a estudiar en serio, pero el caudal de estudios y de discusiones es abrumador. El problema de la autoría de la obra, las intenciones de Rojas, lo que hay de cierto acerca de que el primer acto es de otro autor y Rojas decició continuarlo, la intencionalidad de la obra, si tiene o no tintes morales, cómo influye en la ideología de la misma el hecho de que el autor fuera converso, qué diferencias hay entre una primera redacción como "comedia" y la transformación posterior en "tragicomedia", cuál es el género de la obra, a qué público se dirigía, cuáles son sus influencias... Son todas éstas cuestiones (hoy más o menos resueltas) que han venido obsesionando a los hispanistas durante casi dos siglos.

Sin embargo, lo más llamativo para el lector de hoy de La Celestina es el descubrimiento de un personaje sin parangón en la Literatura española. Si bien Rojas no inventó la figura de la medianera, alcahueta o trotaconventos, sí la dibujó con un pincel tan preciso, tan personal, tan genialmente inpirado, que creó, probablemente sin ser muy consciente de su arte, un personaje con un relieve tan individual que superó sin dificultades las barreras que su papel en la obra le colocaba, trasladando su entidad al texto entero, erigiéndose en centro del relato con un protagonismo robado a los amantes. Sorprendentemente moderna en el retrato de los sentimientos humanos, la lujuria (o, mejor, el deseo), la independencia, la altivez, el concepto de honor profesional, el interés, la codicia, el engaño y el disimulo, el egoísmo y las ansias de independencia de unos y otros personajes campan por la obra tejiendo un entramado tal de pasiones que el atónito lector no puede sino pasar los ojos por el texto asombrándose cada vez más de que, en definitiva, hayamos cambiado tan poco.

Personalmente, esta obra ha ido enamorándome hasta colocarse en un alto puesto entre mis obras preferidas, cosa impensada hace algunos años, cuando la leí por primera vez.

miércoles, 29 de octubre de 2008

La innovación vino de América...


... pero salió de España. Al menos esto es lo que defiende parte de la crítica a la hora de hablar de Rubén Darío y los inicios del Modernismo. El Modernismo en España (como todo lo que pasa aquí) tiene un origen confuso y enrevesado. Algunos dicen que la renovación poética de Fin de Siglo empezó en Bécquer, esto es incuestionable, pero que tuvieron que ser poetas hispanoamericanos los que tomaran las innovaciones de Bécquer y las trajeran a España convertidas en Modernismo. Para otros, los Modernistas españoles tomaron la influencia Simbolista y Parnasianista directamente de Verlaine, Rimbaud, Gautier, Baudelaire; basándola en las novedades métricas que inventó Bécquer.

Las disquisiciones técnicas no importan por ahora, sobre todo si lo que queremos es acercarnos a Rubén Darío. El año 1888, tristemente famoso por el turrón, fue el año de publicación de Azul..., la primera obra de Félix Rubén García Sarmiento ("Rubén Darío"), y que, gracias a las elogiosas críticas de Juan Valera situó a su autor en la cumbre de esa montaña de autocomplacencia llamada Fama. Incluso Valle Inclán, un autor tan profundamente desdeñoso con todo como el propio Umbral, llegó a elogiarle y a imitarle.


El libro, desde luego, es una maravilla. Un canto en verso y prosa a la sencillez exquisita, a la evasión, al preciosismo descriptivo, situado en un ambiente delicado y elitista, de rimas constantemente innovadoras pero cuidadosamente pulidas. Los versos muestran todo el catálogo de figuras retóricas fónicas y sintácticas que se quiera, pero adornadas con la pureza de la filigrana. Se trata de un trabajo sutil y conmovedor de maestría poética, cuyos cuentos y poemas van destilando como goterones de miel en el corazón.


¿El nombre del libro? Baste repetir la famosa frase de Víctor Hugo: "El Arte es azul".


Aquí dejo uno de los poemas del libro, muy a propósito para la estación:



PENSAMIENTO DE OTOÑO

Huye el año a su término
Como arroyo que pasa,
Llevando del poniente
Luz fugitiva y pálida.
Y así como el del pájaro
Que triste tiende el ala,
El vuelo del recuerdo
Que al espacio se lanza
Languidece en lo inmenso
Del azul por do vaga.
Huye el año a su término
Como arroyo que pasa.
Un algo de alma aún yerra
Por los cálices muertos
De las tardes volúbiles
Y los rosales trémulos.
Y, de luces lejanas
Al hondo firmamento,
En alas del perfume
Aún se remonta un sueño.
Un algo de alma aún yerra
Por los cálices muertos.
Canción de despedida
Fingen las fuentes túrbidas.
Si te place, amor mío,
Volvamos a la ruta
Que allá en la primavera
Ambos, las manos juntas,
Seguimos, embriagados
De amor y de ternura,
Por los gratos senderos
Do sus ramas columpian
Olientes avenidas
Que las flores perfuman.
Canción de despedida
Fingen las fuentes turbias.
Un cántico de amores
Brota mi pecho ardiente
Que eterno abril fecundo
De juventud florece.
¡Qué mueran, en buen hora,
Los bellos días! Llegue
Otra vez el invierno;
Renazca áspero y fuerte.
Del viento entre el quejido,
Cual mágico himno alegre,
Un cántico de amores
Brota mi pecho ardiente.
Un cántico de amores
A tu sacra beldad,
¡Mujer, eterno estío,
Primavera inmortal!
Hermana del ígneo astro
Que por la inmensidad
En toda estación vierte
Fecundo, sin cesar,
De su luz esplendente
El dorado raudal.
Un cántico de amores
A tu sacra beldad,
¡Mujer, eterno estío
Primavera inmortal!

viernes, 24 de octubre de 2008

Por favor, por favor

Por favor, tenéis que visitar la última creación burlesca salida de las estropeadas mentes del Frikilósofo y mía.

Espero que os riáis, nosotros lo hemos hecho.


"Cómo acabar de una vez por todas con el siglo XIX"

sábado, 18 de octubre de 2008

Lágrimas y sombras


Hace poco he releído una de las más polémicas obras de José de Cadalso, la brevísma composición de forma teatralizante / dialogada Noches lúgubres (1789).

¿Se trata de una obra romántica? ¿Hubo romanticismo en España? Son dos preguntas sencillas de contestar al principio, pero ninguna de las inmediatas respuestas ( en los dos casos) acaba de dejar satisfecho a nadie. El Romanticismo español, además de muy tardío, las obras que podemos empezar a considerar románticas se publicaron casi treinta años después de que en el resto de Europa ya se hubiera "pasado de moda" el movimiento, resulta un tanto descafeinado. Bécquer es un romántico sui generis, en absoluto comparable al estilo de que hicieran gala Byron, Shelley o Goethe. No peor, sólo difícil de ajustar a un Romanticismo de forma.

Por otra parte, ¿qué hacer con las Noches lúgubres? Su escritura (no su publicación) se anticipa a muchas grandes obras románticas europeas, incluso a Los sufrimientos del joven Werther (1786). El tema de la composición, así como su trasfondo ideológico, la retórica del protagonista y la manera en que se desarrolla la acción son profundamente románticos y devastadoramente originales para la época.

A pesar de ser una obra tan breve, es un gran ejemplo de romanticismo concentrado, es como una píldora que contuviera todo lo que hay que saber acerca de la filosofía romántica, una prefiguración tan exacta que, leída hoy, puede verse como algo tópica, pero que causó una revolución de magnitud asombrosa en su época. Su título, enormemente atractivo y elegido con muchísimo acierto, nos retrae a un escenario escalofriante, donde una mente enamorada hasta el delirio está a punto de cometer un sacrilegio con ayuda de un sepulturero, mientras los vuelos de su pensamiento lo arrebatan hacia la naturaleza y la sociedad como reflejos de su propia alma atormentada.

jueves, 16 de octubre de 2008

La invitación

Aprovecho para invitaros a todos a mi nuevo blog, una página circunstancial que mantendré poco tiempo (espero, ya veréis por qué), quiero que os guste y entretenga, al paso que os compadecéis de mí. La llevaré a la vez que ésta, claro.

Pinchadme aquí.

¡Hasta pronto!

sábado, 11 de octubre de 2008

Una reflexión entretenida





Hoy me apetece plantear un pequeño test sobre hábitos y gustos literarios de mis ínclitos lectores. Se trata de unas preguntas que yo misma contestaré, de paso que insto a todos los letraheridos a contestarlas en sus blogs respectivos, en los comentarios e incluso, si les apetece, mandármelo al email. Así podremos conocernos un poco mejor y entretenernos con unas sencillas reflexiones sobre nosotros mismos.

1- ¿Cuál es la obra que más veces has leído?: Seguramente sea "La Celestina", por visicitudes de la vida académica, aunque nunca me ha disgustado tener que leerla de nuevo. Sorprendentemente, ahora que lo pienso, es posible que la obra que más veces haya leído por placer sea Alicia en el País de las Maravillas (1865), de Lewis Carroll. En serio.

2- ¿Cuál ha sido el último libro que has dejado a medias?: Fue La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe. Pero al final lo acabé... Dejé a medias Los misterios de Udolfo, una novela gótica de Ann Radcliffe.

3- ¿Qué te suele llevar a preferir una lectura en vez de otra?: Si tengo dos libros de los que no sé nada en principio, para elegir, suelo mirar cosas como la contraportada, quién es el traductor, qué tipo de edición es...

4- ¿Recomiendas libros con frecuencia? ¿Qué libros recomiendas más?: A la vista está, recomendar libros cada semana es mi hobby aquí, en la Letraherida. De manera más general, el trabajo (o parte importante del mismo) de un crítico literario es la espurga, el análisis, la selección, y para eso hace falta haber leído mucho...

5- ¿Cuál fue el último libro de poemas que leíste?: La antología de Austral de poetas de los años 50. Por gusto, el último libro fue Metales Pesados (2001), de Carlos Marzal. Hoy en día ya nadie lee poesía...

6-¿Cuál es tu momento preferido del día para leer?: Sin duda alguna, a media tarde e inmediatamente antes de quedarme dormida. Me encanta pasar la tarde leyendo...

7- ¿Recuerdas el primer libro "serio" o adulto que leíste?: Sí, por supuesto. Fue una selección de cuentos de escritores rusos del siglo XIX, todos los cuentos trataban sobre la miseria de la Rusia del XIX, vista desde el punto de vista infantil. Parecía de niños, pero me hizo crecer de golpe.

8- ¿Te gusta ir al teatro? ¿Y leer teatro?: Me gusta mucho ir al teatro, ése es el espacio natural de la literatura teatral, y no el libro. Desgraciadamente, disfruto más del teatro leído que del representado, por culpa del estado de la escena teatral en la actualidad.

9- ¿Lees con frecuencia libros que no sean literatura (filosofía, divulgación, biografías, guías de viaje, cómics...)?: No.

10- ¿Prefieres comprar los libros o aprovecharte de las bibliotecas? ¿Te gusta curiosear en los mercadillos de libros (Feria del libro, libreros antiguos y de viejo...)?: Prefiero comprar libros, porque aspiro a tener una biblioteca decente en casa algún día. Sin embargo, hay libros que ya no se encuentran, y no queda más remedio que acudir a la Biblioteca. ¡Por otra parte, la calidad de la Biblioteca Complutense es tal que es difícil decantarse por comprar los libros!

11- Cuando acabas un libro, ¿cuánto tardas en empezar otro? ¿Lees puntualmente o siempre tienes un libro entre manos?: Siempre tengo un libro entre manos, pero esta pregunta para mi no vale, por motivos obvios.
12- ¿Has escrito alguna vez algo que consideres literatura? ¿De hacerlo, tendrías algún género al que te inclinases más?: Sí, lo he intentado al menos, con un par de cuentos y un poema que compuse una vez y que nadie ha leído (ni lo hará nunca). De atreverme más en serio, seguro que tendría que ser prosa, narrativa y breve.

jueves, 2 de octubre de 2008

La novela totalizante


Así es como parte de la crítica hispanoamericana ha venido clasificando una novela de la que me abruma hablar, pero que no podía seguir evitando por más tiempo en este espacio: Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez. Una obra maestra, seguramente la única contribución importante de su autor a la Literatura.

A estas alturas me parece adecuado suponer que todos estamos aproximadamente de acuerdo en lo que es realismo mágico, aunque no hayamos leído esta obra, ni otra escrita con esta misma técnica. En efecto, Cien años de soledad colocó esta expresión en nuestro vocabulario literario de manera que la impresión que causó en su época este modo narrativo esta ya hoy un tanto diluída, y por eso no quiero comentarlo hoy. Me parece más interesante hablar de lo sobresaliente que es esta novela incluso al margen de las contribuciones narrativas novedosas que trajo consigo (hace 41 años).

Casi lo que más cautiva al lector de esta novela es su dimensión narrativa, la sensación embriagadora que provoca el encontrarnos con el universo en la palma de la mano: un mundo construido con imágenes obsesivas de la infancia del autor, narrado en su historia integral, de la génesis al apocalipsis, a través de la historia sintética y privada de una única familia. A pesar de partir de un sencillo supuesto (una pareja funda una familia y un pueblo; un primer bosquejo de la novela proyectaba para ella el título "La casa") la narración se torna pronto proliferante, se va multiplicando en niveles que ofrecen una riquísima variedad de imágenes, situaciones y sentimientos hasta atestar el relato, volviéndolo denso y recargado como el mundo colorido, apabullante y barroco de la selva en que se enmarca. Los niveles temporales se amontonan porque nadie muere del todo en la familia Buendía, merced a la longevidad de sus miembros, a su extraña prolificidad, a su calidad de fantasmas o a que sencillamente el tiempo no pase por algunos de ellos. Los motivos de que se arroga la narración y que recorren la novela son también piezas fascinantes del entendimiento humano, de manera que su ensamblaje y conexión son perfectas en el marco narrativo: la arcadia (o el lugar idílico para vivr), la amenaza del incesto, la premonición y la adivinación (frecuentemente en sueños).

Una técnica de narración maravillosa que pocos lectores captan conscientemente, y que, unida a la habilidad del narrador para ser omnisciente e indiferente al relato que narra, lo cual consigue la entrega pasiva del lector, es concretar lo imposible: es decir, la hipérbole por sí sola es increíble, pero, si se mide, parece posible, lo cual asombra al lector. Por ejemplo, José Arcadio ha dado 112 vueltas al mundo, las amigas del colegio de Meme son 64, en Macondo llueve durante 11 meses seguidos, etc. Así el autor nos maravilla desnaturalizando lo natural (como el hielo, presentado como algo asombroso, o la lluvia), normalizando lo inverosímil (mariposas envolventes, levitación) y situando Macondo en un marco intemporal donde los adelantos científicos (el imán, el ferrocarril, el globo aerostático) llegan con siglos de retraso.

Agotada, termino: sumergirse en el mundo de Macondo es toda una experiencia artística, quien quiera ir seguro sobre un texto fiable (a falta de la primera edición), tiene la "edición conmemorativa" de la Academia (Alfaguara, 2007).

jueves, 25 de septiembre de 2008

De 1898 a 1998


Se trata del periodo que abarca una de mis antologías favoritas. Normalmente suelo recomendar obras en general, que se pueden encontrar en varias ediciones, y no un libro en concreto. Sin embargo, hoy quiero hablar de una antología tan bien compuesta que destruye las prevenciones generales que deben tenerse contra las antologías (escasa capacidad de focalización, poca profundidad genérica, tendencia a ejemplificar los rasgos generales sin resaltar las particularidades de las obras seleccionadas, creación de la falsa sensación de que la Literatura es fácilmente clasificable...) En concreto, el antólogo es José María Merino y el título del libro, Cien años de cuentos: antología del cuento español en castellano [sic] (Alfaguara, 1998).

La selección es de una calidad extraordinaria y enormemente representativa del devenir del género en el siglo XX, tanto por la cantidad de cuentos que incluye como por los estilos narrativos que el conjunto abarca. Al fin y al cabo, pueden disfrutarse hasta 91 cuentos de prácticamente cualquier autor del siglo XX que se os ocurra, de Blasco Ibáñez a Max Aub, de Umbral a Juan Manuel de Prada, de Ana María Matute a Luis Mateo Díez, Soledad Puértolas, Juanjo Millás, Unamuno, Valle - Inclán, Azorín, etc.

Todos los cuentos sin excepción alguna, son maravillosos: inquietantes, melancólicos, cómicos, de denuncia, de introspección, macabros o conmovedores, ¡hay de todo!; incluso los de autores que, a mí personalmente, no me merecen mucho crédito (y aquí entra la habilidad del antólogo), y el libro proporciona tanto placer si se lee de corrido, para ir apreciando los matices narrativos y la variación de tono, como si de un viaje en el tiempo se tratara, como si se lee de manera intermitente, hoy un cuento cualquiera cuyo título me atraiga, y pasado mañana otro.

En definitiva, un libro para tener por todas partes, en la estantería, en la mesa del salón, en el revistero o escondido en el trabajo...

La foto es mía

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La enloquecida fuerza del desaliento


Con este verso del poeta Ángel González pueden entenderse buena parte de las emociones que lo llevaron a desgranar, a lo largo de toda su vida poética, su alma en unos versos sobrecogedores, cuya principal virtud estética parece ser la sencillez, tal vez también la sinceridad lacerante.

Ángel González es sin duda alguna uno de los poetas más conocidos dentro de ese grupo poético tan desconocido que se ha dado en llamar "Generación de los 50". Su obra poética avanzará, en términos muy generales, desde el lamento pesimista de corte existencial (en Áspero mundo, 1956) hasta el desengaño de la posibilidad de cambiar el mundo y la desconfianza en los jóvenes expresada a través de la ironía (en Muestra, corregida y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y las actitudes sentimentales que normalmente comportan, 1977 o en Prosemas o menos, 1985) y el juego lingüístico.

Sin embargo, para mí Ángel González es, ante todo, un conmovedor poeta amoroso, un cantor de lo cotidiano, un artista capaz de encontrar literatura en el prosaísmo diario, y conseguir con eficaz naturalidad un efecto sorprendente de sonido y pensamiento. Genial descriptor de la luz, sus poemas están llenos de claroscuros, de suaves matices, de ciudades inhóspitas pero habitadas de un increíble potencial humano en ternura, en sencilla convivencia, en subversión irreverente, con su tono conversacional, pero trascendente, que es marca de estilo, que traza, según avanza la lectura, renglones en el alma.

Me basta así ( de Palabra sobre palabra, 1965)

(fragmento) Si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;

ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese

Dios, haría
lo posible por ser Ángel González

para quererte tal como te quiero.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Mortal y Rosa


Lectores todos: bienvenidos de nuevo.
Lamento el retraso en publicar, desde que volví de vacaciones el día 1, pero la puesta a punto de un pequeño trabajo sobre Quevedo, la asistencia al "II Congreso Internacional Francisco de Quevedo desde la Torre de Juan Abad" y la configuración de horarios y matrículas para el máster que voy a empezar este curso me han alejado de La Letraherida.

Es muy curioso y anecdótico (se pueden almacenar estos datos como píldoras de literatura de salón) comprobar cómo funcionan las referencias literarias intertextuales en los diferentes autores. Se puede trazar una línea que relacione (de manera anecdótica) a Garcilaso de la Vega y a Francisco Umbral de la siguiente manera: Garcilaso escribe en su Égloga III "mas con la lengua muerta y fría en la boca / pienso mover la voz a ti debida" (verso 12); Pedro Salinas titula uno de sus libros de poemas La voz a ti debida (1933), los versos finales de este libro son "Y su afanoso sueño /de sombras, otra vez, será el retorno / a esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor encuentra su infinito". Mortal y rosa (1975) es el título de la mejor, desde mi criterio, obra del madrileño recientemente fallecido Francisco Umbral.

Con la etiqueta de "escritor de derechas" (????) a cuestas, Umbral es autor de una ingente obra (y titular de un sobrecogedor palmarés) de más de cien títulos que toca todos los géneros literarios. Sin embrago, es en Mortal y rosa donde podemos apreciar el Umbral más entregado a la escritura perpetua, de talento literario más acendrado, esta novela lírica y autobiográfica que nos trae los pensamientos de un padre a punto de perder a su único hijo debido al cáncer (lo que efectivamente sucedió) es la sensibilidad pura hecha letra, la mejor manera de recibir un melancólico impacto de ternura y mordacidad. Umbral destila lo mejor de su literatura en estas páginas, empleando todo su talento en los recursos que harían famoso su estilo (las metáforas retorcidas, conceptistas y greguerescas, la enumeración sugerente y caótica, la adjetivación sucesiva) para lograr un texto que, aparte de su sentimentalidad conmovedora, impresiona por su gravedad expresiva, por su calidad literaria, por ser una obra de arte redonda y perfecta, pero a la vez, cálida, emotiva, enriquecedora.

Quisiera explicarte, hijo, lo que tú ya no ves, lo que ya no te ve, quisiera explicarte la luz de este otoño, o el olor salvaje de este viento frío, todo lo que contigo hubiera sido la estructura del presente, y que sin ti ni siquiera existe, sólo es una alusión indeseable y obstinada a cosas ya vividas. En la penumbra del mundo, en el reino del frío, ilumino ámbitos de tu vida, aquella escuela con sol y sombra adonde fuiste por poco tiempo, aquella tarde de marzo en que eras un niño entre los niños, y temí perderte entre ellos, cuando me angustió la evidencia de que tu voz y tu grito pudieran equivocárseme con otras voces y otros gritos, niño confundido con el bosque de la infancia.

La fotografía es mía

jueves, 31 de julio de 2008

... Continuará

Porque me voy a la playa. Pasaré lejos de Madrid y de mi router (no de mi ordenador, lamentablemente) el mes de agosto, a partir de mañana mismo. Me voy tranquila, porque dejo un montón de sugerencias lectoras para todos los gustos mientras yo me embarco en una comparativa entre el Heráclito cristiano (1613) de Quevedo y las Rimas sacras (1614) de Lope.

Deseadme suerte, yo os deseo un feliz mes de agosto entre las páginas.

¡Nos vemos a la vuelta!

jueves, 24 de julio de 2008

Cuando una lectura es demasiado larga...

... como la que voy a recomendar hoy. Tras una semana entera de vacaciones en las que he tenido la suerte de valorar cuánto pueden dar de sí las horas bien aprovechadas, os traigo una pequeña reflexión sobre las novelas de más de 1000 páginas (lo que yo entiendo por una novela larga) y la recomendación de la mejor novela que se ha escrito en castellano en la última década: El mundo en la era de Varick (1999), de Andrés Ibáñez.

Cuando atacamos una novela extensa, debemos tener, ante todo, paciencia inicial. Las novelas con una estructura simplista y descuidada funcionan de manera serial: cada capítulo sólo busca un efecto final que dé al lector la sensación de que la novela es más ágil de lo que realmente es. Pero antes, cuando el objetivo principal no era vender un millón de ejemplares las primeras 48 horas de venta, las novelas podían tener una estructura más meditada, en la que la acción no tenía por qué ser trepidante desde las primeras veinte páginas, porque contaba con la paciencia del lector. Obviamente, éstas son las buenas obras, porque se supeditan sólo al arte.

Así es como hay que leer El mundo en la era de Varick. Se trata de una novela sorprendente, ante todo y desde todos los puntos de vista. Es sorprendente la trama y el desarrollo, y son absolutamente nuevos y originales todos los planteamientos y recursos lingüísticos y literarios. La historia que cuenta es extremadamente nueva, y las relaciones entre las personas están tratadas desde la más impresionante cotidianeidad y normalidad (la historia se desarrolla en la época actual), a pesar de que son especiales. Al principio toda esta novedad, tan refrescante y estimulante, puede producir rechazo, sobre todo porque hay que seguir leyendo para empezar a comprender lo que está pasando (y eso hace que muchos opten por abandonar la lectura), sin embargo, cuando se ha entendido la clave del desarrollo de la historia, y se tiene la mente abierta a lo que se nos quiera contar, no se puede ya parar de leer.

El lenguaje es delicado, pero firme y extraordinariamente preciso. Una de las cosas que a mí más me impresionaron del libro fue la riqueza de vocabulario, por completo abrumadora, y la novedad del discurso. Os dejo un fragmento al azar, y deseo que disfrutéis de esta gran joya moderna.

Pasó una calesa verde y dorada con una mujer muy pálida en la ventanilla que saludaba con las manos enfundadas en unos guantes color violeta, y Marcel, en su desvarío, creyó que se trataba de Rita que le decía adiós (pero ¿por qué iba a decirle adiós al verle en la calle, si ni siquiera le miraba a los ojos cuando le tenía a su lado en una habitación?) y echó a correr tras ella. En aquel momento captó mi atención una bella y apetitosa Iris Desiderata que revoloteaba sobre los laureles rosa como atraída y repelida al mismo tiempo por su bella flor venenosa. Los alegres corimbos de adelfas, ondeando con la brisa, parecían llamar a la mariposa con su dulce lenguaje sin palabras, y era como si me llamaran a mí también.

El libro está publicado en Siruela.
El dibujo de la foto es de Sergio Gallego sobre un pasaje del libro.

sábado, 12 de julio de 2008

Lecturas de verano


Tras haberme leído una novela horrible y recién publicada por un afamado periodista (gajes del oficio, qué se le va a hacer) y de estar feliz por haber recomenzado otra novela que tuve que dejar a medias por causas ajenas a mi voluntad (En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann (1913), de Marcel Proust), me sobreviene la responsabilidad de recomendar alguna lectura para el verano.

La pesadez del calor se deja notar también en el mundo bloguero, y encontrar una novela española de cierta calidad que podamos echar en la bolsa de la playa o piscina no es tarea fácil. Mucha gente prefiere lecturas largas para el verano, porque el tiempo de que se dispone es bastante, y se puede leer sin prisas, pero no hay más que decir para quien conoce el mercado editorial de hoy: un libro gordo ha de ser también trepidante, o no emprenderá jamás el viaje de la estantería a la bolsa de playa, ni ocupará las siestas.

Y ¿dónde encuentro yo una lectura larga pero amena, truculenta y trepidante a partes iguales, con personajes atormentados, complicados y fascinantes, pasiones prohibidas e irreconciliables, dudas, miedos, traiciones, adulterios, envidias, enredos, caídas, tentaciones a la virtud, envidias, ambiciones, chismorreos, trampas; que sea tumultuosa y morbosa, que sea divertida a la vez, que dé pena que se acabe, pero no se pueda sino acelerar su lectura, que sea a la vez una pintura social que deje al lector pensativo; que sea, en definitiva, un hito en la Literatura Universal?

Pues ahí esta La Regenta (1884 - 1885), de Leopoldo Alas; la historia de un cura enamorado que se debate entre la virtud interesada que le inculcó su madre, el amor por su hija de confesión y la lascivia satisfecha con sus criadas, una burguesa aburrida y romántica que lucha por no enamorarse de la representación de Don Juan que ha encontrado en un seductor venido a menos, con el cura que la ama como única vía de escape; un triángulo enmarcado en la pintura de la vida provinciana finisecular, donde Vetusta, la ciudad, no es sino una colmena formada por decenas de personajes, todos igualmente logrados: así, Vetusta, don Fermín de Pas y doña Ana Ozores conforman una lectura inesquivable, un pilar insalvable en la cultura española, que puede tomarse, también, como una entretenidísima novela de verano.

lunes, 30 de junio de 2008

Sangre y fuego entre los naranjos


Hace pocos meses, mi abuela, que ya cumplió hace tiempo los 80 años, viajó a Castellón con mis padres y declaró que jamás había visto naranjos, ni naranjales. Quedó absolutamente impactada por la visión de los campos de naranjos alineados hacia el horizonte que se extienden a ambos lados de la carretera. Si mi abuela hubiera leído La barraca (1898), de Vicente Blasco Ibáñez, no se hubiera sentido tan lejana a ese mundo.

Muy cercana al naturalismo de Zola, probablemente la novela española con más elementos naturalistas que podemos leer, junto con alguna de Pardo Bazán, La barraca es una novela muy corta acerca de la lucha entre los agricultores de la huerta valenciana y los propietarios de la tierra que explotan, y también sobre las luchas internas (despiadadas y guiadas por la envidia, la injusticia y el abuso de poder) de los huertanos por acercarse a sus explotadores, de sus venganzas, prejuicios y supersticiones.

La barraca es, más profundamente, una novela durísima, crudísima, desprovista en su prosa de cualquier afectación, pero cuyos golpes salvajes están milimétricamente calculados. Nada es suave ni agradable en una lectura a base de caracterizaciones rápidas, que abundan en lo feo, en lo cruel, en lo degradado; que describen de manera precisa y transparente, con expresiones nada eufémicas, la más devastadora pobreza, la bajeza de los personajes maniqueamente malvados, la muerte de las personas y los animales, los asesinatos y los duelos, el cadáver de un niño.

Ante los atónitos ojos de un lector que no puede cerrar el libro, desfila la serie de emociones que le hace comprender los problemas de un campo que casi siempre permanece olvidado para quienes se ocupan tan sólo de la "alta política", y que es a la vez un reflejo directo y sin matices de lo más enconado, rastrero y visceral del ser español.

La barraca es, en definitiva, una novela que enciende las tripas, de ésas que quitan las ganas de abrir otra inmediatamente, novela cuya lectura, pese a su brevedad, exige reposo posterior.

lunes, 23 de junio de 2008

Un lugar de La Mancha que hay que atravesar



Si Miguel de Cervantes no recordaba el nombre del pueblo de su más laureado personaje, es tal vez, aunque él no lo supiera, porque el nacimiento de un personaje de talla universal debe pertenecer a la Humanidad, de manera patrimonial. Y como Patrimonio de la Humanidad, es potestad del hombre el disfrute de una obra literaria del calado de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha (1605 - 1615).

Se me hace muy difícil elaborar un texo corto y moderadamente sencillo acerca de esta obra, para la cual toda alabanza es corta y toda ponderación es ya inútil, pero, teniendo en cuenta el propósito principal con el que empecé este blog, no puedo retrasar ya más la recomendación del Quijote, con el que no quise empezar para no asustar a nadie.

Efectivamente, por la publicidad que este libro ha ido recibiendo a lo largo de todos estos años, un número sorprendente de potenciales lectores se ve abrumado por la dimensión de la obra, por el lenguaje en el que está redactada (español del siglo XVII) y por la supuesta complejidad filosófica, estructural y de todo tipo, de la misma. Pues bien, es cierto que el ruido muy a menudo no deja contar las nueces, y que todas las implicaciones críticas y supuestamente eruditas no deben vetar la obra para el lector medio.

Es decir, no hay que olvidar que El Quijote no fue escrito en su día sino para el lector común, y que, si bien contiene numerosos niveles de lectura, no es verdad que la obra no se pueda disfrutar perfectamente aunque sólo sea en algunos de ellos. Por otra parte, un texto con una anotación adecuada a los diferentes tipos de lectores ayuda enormemente a la comprensión de la mayoría de los niveles discursivos. Además, no es una obra tan larga, ya que, si uno se cansa, puede parar en la primera parte y dejar la segunda para otra ocasión, sencillamente.

En cuanto al lenguaje, es cierto que el español del XVII nos queda muy lejos, pero también es verdad que, una vez que se ha cogido el ritmo de la lectura, y nos hemos acostumbrado a la expresión y al discurso, el lenguaje deja de sonar extraño y casi no se le presta atención. Sin olvidar que Cervantes defendió siempre la expresión llana, el estilo claro y la prosa transparente, y por tanto (de nuevo sin sospecharlo) hizo su obra accesible a los lectores a través de los siglos.

Para terminar, El Quijote tiene filosofía y preceptiva literaria, sí, pero es, principalmente, un libro divertidísimo: muchos lectores se sorprenden al encontrar en él humor grosero, caídas, golpes, discusiones delirantes, aventuras sinsentido, todo orientado a un ridículo característicamente español, con episodios que hoy servirían perfectamente para la televisión. Con El Quijote lo que más se hace es reír a carcajada

Hay tanto que decir que es un esfuerzo baladí que yo explique nada. Lo mejor que puedo decir es que abráis el libro de una vez. Sí que es imperdonable no haber disfrutado de esta obra, no ya por el nivel cultural, etc., sino porque se habrán menospreciado horas y horas de entretenimiento de enorme calidad.

sábado, 14 de junio de 2008

Feo, católico y sentimental


Tan rotunda y sorprendente es la autodefinición del personaje que Ramón María del Valle Inclán creara para protagonizar las cuatro obras que integran el ciclo de las Sonatas: Sonata de Otoño, Sonata de Estío, Sonata de Primavera y Sonata de Invierno, publicadas entre 1902 y 1905. No se trata de una tetralogía, todas las novelas pueden leerse de manera independiente, y constituyen las memorias ficticias del Marqués de Bradomín, un extraño y diabólico Don Juan. El Marqués de Bradomín (alter ego literario del propio Valle) es uno de esos personajes de referencia de la Literatura, con tanta presencia que hablar de ellos es ya un ejercicio absurdo de encomio.
Hoy en día, casi todo el mundo asocia a Valle Inclán con el esperpento, esa especie de técnica expresionista a la española que carga las tintas en lo grotesco. Sin embargo, los inicios de Valle fueron muy distintos. La estética decadentista finisecular que encontramos, por ejemplo, en Proust, y que es heredera del Modernismo americano (aprendido en Francia) fue la iniciática para Valle en su narrativa y en su lírica.
Las Sonatas relatan una serie de desmanes amorosos, llevados a cabo por un Don Juan chapucero pero tierno, en absoluto risible. Cada una de ellas se centra en un amor diferente, hasta recorrer un amplio abanico de situaciones. Sin embargo, esto no es lo que impresionará al lector de las Sonatas. Lo llamativo de estas obras es precisamente descubrir que la prosa "suena". Es cierto, las palabras se van deslizando al recorrerlas con la vista, de manera que el ritmo de la prosa impone su cadencia a la lectura. Es necesario leer textos así para darnos cuenta de las cotas de genialidad que puede alcanzar el arte literario en manos de un buen escritor. El estilo de las Sonatas, fino, depurado, irreprochable, afina el gusto del lector de manera que le proporciona un placer absolutamente nuevo, y constantemente renovado: leer las Sonatas es una experiencia sensible, física, musical.
La estética, como he dicho, decadente del relato nos sumerge en un mundo reconocible pero exótico, en un abrumador ejercico de escapismo. Los gestos, los movimientos suaves pausados, la vida cortesana placentera, los jardines modernistas, las descripciones de belleza prerrafaelista, la melancolía, la pausa y el arrebato estridente, la pureza del silencio, los palacios, el amor incestuoso, sacrílego, apasionado de la demoníaca figura del Marqués, la languidez de sus enamoradas, o su inocencia, o su castidad atropellada, o su pasión enferma, la presencia de la magia, la muerte refinada y acechante... Éste es el mundo de las Sonatas de Valle Inclán.

En el fondo del laberinto cantaba la fuente como un pájaro escondido, y el sol poniente doraba los cristales del mirador donde nosotros esperábamos. Era tibio y fragante: Gentiles arcos cerrados por vidrieras de colores le flanqueaban con ese artificio del siglo galante que imaginó las pavanas y las gavotas. En cada arco, las vidrieras formaban tríptico y podía verse el jardín en medio de una tormenta, en medio de una nevada y en medio de un aguacero. Aquella tarde el sol de Otoño penetraba hasta el centro como la fatigada lanza de un héroe antiguo.

miércoles, 4 de junio de 2008

Un mundo diferente... dentro de éste


La obra de Borges es tan popular como desconocida: muchos son los que conocen al poeta ciego de arrolladora personalidad, pero no tantos se atreven con su breve obra literaria. Su huella profunda en la filosofía y la literatura del siglo XX desbordó para siempre el patrón realista de la narrativa. El objetivo final de Borges es obligar al lector a pensar que todo lo que sustenta la explicación del mundo sensible es un constucto humano que puede colocarse al mismo nivel de inteligencia que la más disparatada ficción. Borges equipara fantasía y filosofía, como ensoñaciones parecidas.
En sus cuentos, asombrosos y delirantes, Borges mezcla personajes ficticios con reales (incluso se coloca a sí mismo como personaje), cita literalmente, pero de libros que jamás han existido, o incluye citas incomprobables de libros reales, inventa y usa su propia mitología y su propio sistema de referencias culturales (la biblioteca, el laberinto, el subterráneo, el pasado mítico guerrero...)
Sus textos son, sin embargo, algo fríos: una sensación muy extraña de incomprensión se apodera de un lector que inevitablemente siente que tiene que seguir leyendo, inmerso en la trascendencia que ante sus ojos va creando el relato. El empleo de adjetivos y adverbios es inusual, ya que contradice el cuerpo del escrito, aportando visiones diferentes que se van superponiendo, en multiplicidad de planos que expresan una realidad también múltiple. Los símbolos e ideas se condensan y atropellan en un juego humorístico intelectual: la vida como sueño, el tiempo como camino, la muerte como revelación, el ciclo eterno, la predestinación, la memoria, la realidad especular, las metáforas del doble y el infinito...
Leer cuentos como El jardín de los senderos que se bifurcan, Funes, el memorioso, El sur... (todos incluídos en Ficciones (1944)), es una experiencia literaria inacabable, ya que en cada lectura descubrimos significados nuevos, y sentimos cómo el autor juega con nuestra visión del mundo cada vez de manera distinta.
Como digo, la obra cuentística de Borges está al alcance de cualquiera, ya que consta tan sólo de cuatro libros de cuentos: Historia universal de la infamia (1935), Ficciones (1944), El aleph (1949) y El libro de arena (1975).
En el caso de Borges, no se puede separar la concepción de su obra de su propia biografía: de su padre heredó, según él, una inmensa biblioteca, su pasión por el ajedrez y una ceguera congénita que siempre había aparecido a los varones de su familia, y que le hizo encerrarse desde muy pequeño a leer todo lo que pudiera, por si luego se le acababa el tiempo. Borges se convierte en su propio personaje, una sensibilidad creadora que difumina la línea entre la ficción y la realidad.

lunes, 2 de junio de 2008

Un pequeño debate


Últimamente está muy de moda arrugar la nariz ante las estanterías de los libros más vendidos, entre los cuales rarísima vez suele encontrarse una obra de arte. Es cierto que el gusto del público no suele ser de fiar, y normalmente tiende a lo sencillo con tal fruición que lo convierte en chabacano.
Los artistas no viven del aire, como todos sabemos ¿Hasta qué punto han de sacrificarse artísticamente para que su obra tenga más salida, y así ganar más dinero? ¿Está reñido el arte con la remuneración económica del propio artista? ¿El que paga, manda?
Este debate no es ni mucho menos moderno, y siempre que algún gafapastil lo tiene claro, yo me pregunto ¿qué escritor en la Historia se dedicaba sólo a ello? Cuando el arte es tu afición, tal vez los gustos del público no te influyan, pero cuando se trata de darle gusto al público, la cosa cambia. Por ejemplo, Lope de Vega es casi el primer autor de nuestra literatura (yo no recuerdo a ninguno anterior, que no fuera clérigo) cuyos ingresos procedían exclusivamente de la literatura. Y, citando su famosísimo Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1602): Cuando tengo de escribir una comedia/saco a Terencio y Plauto de mi estudio/porque no me den voces, ya que suele/dar gritos la verdad en libros mudos./Y escribo bajo el arte que inventaron/los que el vulgar aplauso pretendieron/pues ya que lo paga el vulgo, es justo/hablarle en necio para darle gusto. Este "hablar en necio" de Lope, parece reñido con la elevación de un Arte que él mismo afirmaba conocer. Y, sin embargo, ¿quien no considera hoy El perro del hortelano una elevadísima obra artística?
¿Se equivoca siempre el público? ¿O es que a veces el gusto erudito puede estar anquilosado y no reconocer la bondad de lo fresco, de lo nuevo? Cervantes jamás estrenó una obra de teatro, que eran un peñazo clasicista que aburría al público, pero él sabía que eran "mejores" artísticamente sus obras que las de Lope. Sin embargo, el Quijote (1605 - 1615), una obra que él no consideraba de gran altura literaria, fue el bombazo del siglo XVII, con grandísimo éxito de público, extraordinariamente popular y es la obra española más editada. Además, es toda una obra de arte que merece hasta la última de sus comas, los mayores elogios que puedan propinársele.
A veces la etiqueta best-seller en la portada de un libro nos echa instintivamente para atrás incluso a los que más despreciamos a los intelectuales con anteojeras y a los que nunca se libran del lastre de sus prejuicios. Cuidado, porque alguna vez puede que encuentres la aguja que te faltaba en el pajar inesperado...

domingo, 25 de mayo de 2008

Dos historias de casadas


Cuando Benito Pérez Galdós publicó la que seguramente sea su obra maestra, Fortunata y Jacinta (1886 – 1887) era perfectamente consciente de la magnitud artística del trocito de patrimonio cultural humano que acababa de dar al mundo. El gran hallazgo del personaje de Fortunata en los bajos fondos de Madrid sustenta una larga pero trepidante historia de dos familias, los Santa Cruz, adineradísimos burgueses comerciantes, y los Rubín, modesta clase media madrileña. Ambas familias se verán removidas hasta los cimientos por culpa de la impetuosidad, pureza y valentía de Fortunata, puro pueblo madrileño, más tripas que corazón, más instinto que razón, primitiva en sus afectos e inamovible en sus escasos pero profundos principios. Enamorada de Juanito de Santa Cruz (un despreciable donjuan), Fortunata hace lo que puede por oponerse a Jacinta, verdadera esposa de Juanito, pero no tan legítima como ella…

La novela trenza los hechos privados y ficticios de las familias y el vastísimo universo, pululante de relaciones y personajes, que les rodea; con el devenir histórico de una España convulsa entre La Gloriosa (1868) y la Restauración Borbónica (1876), cuyos sucesos políticos les irán afectando mucho más de lo que podría pensarse.

Los personajes de Galdós están vivos, tienen sus propias ideas, su propia manera de hablar, sus propias ropas y viviendas, sus propios problemas. Galdós es un fotógrafo, un cronista, un narrador que no molesta, que sólo presenta un vendaval de cuadros que dibujan una novela arrebatadora.

Fortunata sostiene ella sola el complejo universo narrativo de la novela, y lo sustenta en su única idea fija, la que mueve sus actos y de la que derivan todos sus demás pensamientos:

Al que me quiere como dos, le quiero como catorce.

He aquí una novela absolutamente imprescindible. A los que les asusta el número de páginas, que lean la primera parte, y entonces, ¡que prueben a abandonar la lectura!

miércoles, 14 de mayo de 2008

¿La perversión o el amor?



No es mucho lo que se ha escrito acerca de uno de las novelas más perturbadoras del siglo XX, cuyo principal logro es haber creado un personaje estereotípico, perfectamente fijado, recurrido y recurrente al que todo el mundo conoce, haya leído o no Lolita (1955), de Vladimir Nabokov.

¿Por qué fue (es) Lolita una novela escandalosa? No sólo por la cruda recreación del amor de un casi cincuentón por la niña (doce años no son adolescentes) Dolores Haze, la descripción de su insano e irrefrenable deseo y las peripecias a las que le lleva. Lolita es una niña perturbadora porque su mezcla de inocencia y picardía es perfecta. Uno de los pilares sobre los que se asienta la novela, grosso modo, es esta ambigüedad en el personaje objeto de deseo, que maneja la invitación y el rechazo, que ofrece el placer justo antes de retirarlo con un mohín inocente.

No hay que olvidar que la novela está narrada con la voz del pederasta Humbert Humbert, con lo que el dibujo de Lolita se presupone deformado por la mirada del pervertido ¿Es ambigua Lolita o se lo parece a Humbert? ¿Hasta qué punto convence éste al lector de que lo que siente es amor? En mi opinión, la novela escandaliza profundamente porque el análisis que Nabokov ofrece de Humbert llega a poner al lector de parte de éste y... ¿quién quiere sentirse identificado con un pederasta? Efectivamente, el lector rechaza comprender a Humbert y se escandaliza cuando se contempla a sí mismo deseando a Lolita, deseando que Humbert consiga a Lolita.

Leer esta novela es una experiencia abrumadora. La maestría con la que Nabokov (exiliado ruso) pinta la América hipócrita de los años 50, fotografía la sordidez de la huida en carretera, la cultura del motel, del vinilo, es admirable; la fachada de la modernidad y la vida perfecta de postguerra, la gazmoñería de la moral establecida y de la viuda de guerra hambrienta de sexo mientras enfría una sonrisa y un apple pie en el alféizar configuran el trasfondo perfecto para la aventura de Humbert.

Olvidad las fronteras cabales del amor y del sexo entre las tapas de Lolita, dejáos atrapar por Humbert, ese desdichado, pero recobradlas al cerrar el libro: no son nínfulas, son sólo niñas...
lala
"Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana,
un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuan­do firmaba.
Pero en mis brazos era siempre Lolita."

martes, 6 de mayo de 2008

El páramo mítico de Juan Rulfo


Muchos de los que me seguíais anteriormente ya conocéis mis opiniones sobre la literatura hispanoamericana. En su mayor parte, me parece un conjunto de obras sobrevaloradas, un puñado de escritorzuelos de escaso talento que hay que prestigiar por dos vías: desde el mundo académico, para tener unos estudios específicamente hispanoamericanos y desde el mundo editorial, para vender libros. Sencillamente. Abreviando los laberintos críticos especializados, digamos que del siglo XX me quedo con Jorge Luis Borges, Juan Rulfo (pre-boom) y García Márquez, Julio Cortázar y muy poco de Vargas Llosa (boom). La literatura del boom coincide más o menos con el estilo o cuasi género que se llama "realismo mágico", y que procede de dos líneas muy anteriores (años 30), la literatura fantástica de Borges y lo real maravilloso de Carpentier y luego Rulfo.
Y de Rulfo y su única novela es de quien quiero hablar ahora. Pedro Páramo (1955) es una novela imprescindible porque comprende, desarrolladas o en esencia, casi todas las innovaciones del realismo mágico. Narra una historia aparentemente sencilla, pero fragmentada en la narración, que se desarrolla en Comala, un pueblo mítico pero identificable con cualquier pueblo de la llanura mejicana.
El universo descrito en la novela es intemporal, con visos de eternidad. El lector irá descubriendo que el aparente laconismo de los personajes tiene la causa en que algunos de ellos (¿cuántos?¿quizá todos?) están muertos. Desde las tumbas narran la violenta y arrebatada historia del cacique Pedro Páramo, un ser cruel sin el cual Comala, a pesar de todo, no tiene sentido de existencia. Vivos, muertos, hechos y rumores se entremezclan como agua sobre las piedras a los largo de las escasas 100 páginas de la novela.
El juego con el tiempo interior y exterior de los personajes, el contraste entre el Comala actual y el pasado, la intrigante historia amorosa de Pedro y Susana... todo contribuye a la creación de un espacio mítico que se separa de Méjico y se vuelve universal, y de cuyo angustioso silencio sofocante el lector no se siente capaz de huir.

"Hace calor aquí - dije. Sí, y esto no es nada - me contestó el otro -. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija."

La fotografía es de Juan Rulfo

miércoles, 30 de abril de 2008

Don Juan Tenorio... "¡cuán largo me lo fiáis!"


El personaje de Don Juan es lo que se llama un mito literario. Es un personaje prototípico (para otro día un post sobre las diferencias entre arquetipo, prototipo, estereotipo y tipo maniqueo) de la literatura, esto es, reúne un conjunto de características fijas a lo largo de todas las obras en las que aparece, sean cuales sean los argumentos de las mismas. Es un personaje universal, porque caló tan hondo en el primer lector que se ha mantenido vivo y ha suscitado numerosas obras sobre su personalidad.
En español, la primera obra sobre Don Juan fue El Burlador de Sevilla y Convidado de Piedra (1630) de Tirso de Molina para las tablas. Pero el Don Juan más famoso sin duda alguna es Don Juan Tenorio (1844) de José Zorrilla.
Hay mucho que decir acerca de la popularidad e importancia de Don Juan. En primer lugar, como personaje romántico, su entidad es absolutamente subyugadora: chulo, temerario, enamoradizo, peleón, bebedor, jugador y juerguista, es todo lo que casi cualquier hombre le gustaría ser. Tiene la capacidad de rendir a cualquier mujer, y no sólo por su belleza: es deslenguado, resultón y arrogante.
Su vida es absolutamente trepidante, es rico, famoso, elegante y vive para el placer. Su característica principal y más fascinante es que jamás, jamás, jamás se enamora. Es su leit motiv, su principio vital, el único que nunca transgrede, el único que tiene, en realidad.
Lo interesante del personaje de de Zorrilla, la nota distintiva, es precisamente que el espectador puede comprobar hasta qué punto Don Juan será capaz de pasar por encima de su única regla inquebrantable por el amor de una novicia... ¡mientras sigue enamorando a otras mujeres! Es el más clásico ejemplo de obra romántica, porque incluye capa y espada, lances, desafíos, incendios, misivas de amor, monjas, tabernarios y redención por el amor.
La obra en sí es extraordinariamente sencilla. Su verso es variable, pero casi siempre octosílabo, y la rima se hace ripiosa en muchas ocasiones. Sin embargo, incluye pasajes de gran belleza lírica y altura poética, muchos de ellos conocidos hasta el aburrimiento. Es muy curioso comprobar que el tiempo en la obra es totalmente inverosímil, incluso Zorrilla, cuando renegó de su propia obra, llegó a escribir un artículo señalando todos sus fallos: "Estas horas de 200 minutos", escribía, "son exclusivas de mi Don Juan", lo que muestra cuán apresuradamente fue escrita.
Literariamente, el Don Juan de Tirso es mejor, su verso, su entidad, la resolución de su trama y su altura dramática, más elevados. Sin embargo, el Don Juan de Zorrilla es la culminación de un género, se ha convertido en lo más representativo del personaje, y su final, aunque no es del todo feliz, deja menos desasosegado al espectador.
Don Juan Tenorio es la obra más repuesta del teatro español. Es tradición representarla todos los días 1º de noviembre aún hoy. Es la obra de la que más fragmentos se recitan de memoria, incluso quienes no la han visto ni leído nunca.
Que, lamentablemente, son legión.

Tenéis una excelente edición en Cátedra. Letras Hispánicas.
También se encuentra la obra completa en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.