lunes, 29 de diciembre de 2008

Platero y los demás


Tal vez sea Platero y yo. Elegía andaluza (1917) la obra más popular de cuantas escribió, con pesadísimos retoques, alteraciones, pulimientos, incluso intentos de destrucción , el poeta Juan Ramón Jiménez (1881 - 1958), Tradicionalmente considerada lectura infantil (y consecuentemente obligatoria en los colegios españoles) no es, sin embargo, un libro para niños. Y para darse cuenta de esto, tan sólo hay que leerlo. No en vano, el grueso de la producción poética de Juan Ramón estaba ya publicado para cuando se escribió Platero y yo, habiendo afirmado su autor "yo nunca he escrito ni escribiré para niños". La confusión procede, sin duda, de una mala lectura del prólogo que antecede a todas las ediciones modernas del libro. Hay que saber que este prólogo, titulado "Advertencia a los hombres que lean este libro para niños", sólo tiene sentido en el contexto en el que se escribió, es decir, para una edición recortada para niños que se publicó con 63 de los 138 capítulos de la obra completa, en 1914; antes, por tanto, de la edición "verdadera" de Platero y yo.
Probablemente muchos de los que leyeron Platero y yo en alguna remota etapa infantil conserven una idea del libro deformada por lo lejano del recuerdo. Pero aún es más probable que entonces la obra les resultara ininteligible más allá de la anécdota. No preparados para apreciar la belleza del artificio lingüístico, los niños desprecin a Platero por inocente y a su autor por cursi. Desde luego, Platero y yo es una obra inclasificable: no se trata de una novela, aunque no carece de cuerpo narrativo, incluso temporal (un año transcurre entre las páginas del libro), su configuración en breves capítulos semiindependientes entre sí le ha valido la absurda denominación de "poema en prosa".
Releer Platero y yo con la mente adulta puede ser una grata experiencia para quienes deseen retallar su concepción errónea de la obra, porque ahora sí estarán capacitados para apreciar la belleza de las palabras sin ningún fin más que ellas mismas, la sutil crítica social de algunos pasajes, lo trabajado de las descripciones, la adjetivación sorprendente, la melancolía modernista, preciosista, detallista, la luz y el color cambiante del campo, la ingenuidad y malicia de los niños, los sobreentendidos adultos apenas desvelados, la alegría y la muerte.

TARDE DE OCTUBRE

Han pasado las vacaciones y, con las primeras hojas amarillas, los niños han vuelto al colegio. Soledad. El sol de la casa, también con hojas caídas, parece vacío. En la ilusión suenan ruidos lejanos y remotas risas...
Sobre los rosales, aún con flor, cae la tarde, lentamente. Las luces del ocaso prenden las últimas rosas y el jardín, alzando como una llama la fragancia hacia el incendio del poniente, huele todo a rosas quemadas. Silencio.
Platero, aburrido como yo, no sabe qué hacer. Poco a poco se viene a mí, duda un punto y, al fin, confiado, pisando seco y duro en los ladrillos, se entra conmigo por la casa...



jueves, 25 de diciembre de 2008

De mi corazón a mis asuntos


Lejos de intentar siquiera atreverme a entrar en el proceloso mundo de la creación literaria, ya que reconozco mis limitaciones al respecto, admiro a quienes lo intentan con toda su ilusión, por muy mala fortuna que tengan en dicho intento. Yo, que a lo que aspiro realmente es a ser una buena crítica, a estudiar arte y a emocionarme con lo que encuentro y valoro, si alguien me pide mi opinión, la digo. Si la opinión es buena, la digo de todas maneras. Si no, me callo ¿Por qué molestar? ¡Como si fuera yo por ahí perdiendo el tiempo en leer cosas que no me gustan! Por donde no soy bienvenida, no me acerco; ¡otros sitios más adecuados habrá donde gastar mi bilis! Antes llamar a un amigo que predicar en el desierto.
Tal vez sea un error hablar de mí, pero no puedo evitarlo hoy. Al fin y al cabo, es la primera Navidad de La Letraherida. Siempre he acariciado la idea de que quienes leen habitualmente esta página pudieran tener la sensación de que es una persona, con nombre, apellidos e historia, la que escribe, aunque nunca planteé este espacio como de confidencias personales.
Desde luego, mi amor por la Literatura empezó muy pronto, y no es fruto de la casualidad ni el resultado de haber tenido que rellenar un formulario. Siempre (aunque existieran intervalos de duda) tuve claro a lo que me quería dedicar, y lo perseguí desde muy pequeña, hasta hoy. No se puede decir que hubiera mucha gente, salvo mis padres, dispuestos a apoyarme cuando decidí estudiar letras. Siempre fui una buena estudiante, mi carrera no pudo tener mejor inicio que la Matrícula de Honor en Bachillerato, muchos consideraron que matricularme en Filología era un desperdicio de aquélla. Una vez en la Facultad, tuve la oportunidad de aprender de los mejores en cada campo, la ocasión de codearme con los críticos más entregados, con los profesores más reconocidos, y su entrega y ejemplo me llevó, poco a poco, a desear estar algún día en su lugar. Mi empeño va teniendo forma, hace poco me han concedido una beca y seré, a partir del 8 de enero, becaria investigadora de mi universidad. Para muchos significará tal vez muy poco, para otros, nada. Para mí no es sino el principio, si lo sé aprovechar, de algo mayor. Hace falta suerte, y también trabajo.
No quise empezar esta página con el ánimo de imponer mi opinión, ni de hacer de marisabidilla. Sólo pensé que sería interesante acercarse a los clásicos de la mano de alguien que supiera un poquito más de ellos de lo que es corriente. He intentado derribar lugares comunes y enseñar el lado interesante de obras que, a veces, son aburridas de puro obligatorias. He intentado compartir y comprobar que lo que había aprendido tiene un lado práctico para todo el mundo. Y me he divertido con ello.
Detrás de cada uno hay muchos sueños, anhelos, esperanzas. No somos conceptos, ni tampoco sólo el nombre de una página web. Ahora espero ser, para vosotros, un poco menos desconocida.

Feliz Navidad.

El verso del título es de Miguel Hernández, "Elegía a Ramón Sijé"
El autor de la fotografía es Sergio Gallego

miércoles, 17 de diciembre de 2008

En donde reina Amor cuanto ella mira


Hace algunos días he podido constatar con tristeza cuán acartonada está la imagen del (todo epíteto se me queda corto) poeta Francisco Gómez de Quevedo y Villegas (1580-1645). La mayoría de los lectores tiene una percepción insuficiente y estática heredada de la torpe explicación de los manuales de Literatura de la enseñanza básica, según la cual Quevedo es un poeta misántropo y misógino, cojo, semimarginado y malencarado, al que metían en la cárcel con frecuencia por enviar incendiarios anónimos al rey y al Conde de Olivares. De acuerdo, El capitán Alatriste (1996, Arturo Pérez-Reverte) le ha hecho un flaco favor, al dar entidad y difusión a una cadena de disparates fundamentada sólo en la leyenda.
Para quien se anime en alguna ocasión a descubrir al veradadero Quevedo a través de los hechos de su historia, ahí está la biografía Francisco de Quevedo (1998) de Pablo Jauralde Pou. Quien no quiera abrirla (lo cual es bastante comprensible, por otro lado) que por lo menos ojee el libro que traigo hoy: Canta a sola Lisi.
Se trata de un extenso poemario (más que cancionero, pese a su título) amoroso, cuyos versos desgranan lo más original, ingenioso e inteligente de la poesía amorosa del XVII (para mi gusto). No se puede decir que el poeta trabaje temas nuevos, ni metáforas nunca oídas, y sin embargo el lector de estos poemas de alguna manera los siente irreconciliablemente alejados del típico petrarquismo. La belleza de las imágenes de la amada, a veces abarrotada de oropel y lujo, a veces descarnada, desnuda, mostrada sólo en alma, es sorprendentemente moderna. El desgarro amoroso del poeta nos emociona hasta la lágrima, mientras que la ternura de la que en ocasiones hace gala nos brinda un remanso, un contrapunto de tranquilidad. A veces desbocado, a veces melancólico, pero siempre sobrecogedor; resulta grato e interesante descubrir a este Quevedo, pasando, a mayor gloria del poeta, la página donde dice "Poderoso caballero..."

Aquí tenéis la obra, está en Cervantes Virtual.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Todas las almas, de una en una


Como aquí las normas las pongo yo, he decidido saltarme hoy la de colocar sólo clásicos para poder comentar la novela Todas las almas (1989) de Javier Marías.
Lejos de pretender exponer un análisis demasiado elaborado de esta novela, pues apenas lo merece, me conformo con darla a conocer y recomendarla como una lectura muy ligera pero muy interesante y llamativa.
El protagonista es el típico personaje posmoderno: un profesor de universidad cínico, desengañado, irónico y displicente, un tanto patético, pero que consigue transmitir cierta ternura. Distingue perfectamente el amor del sexo, mejor dicho, es capaz de separarlos como rasgo de bajeza moral no exento de cierta picardía tristona, de cierta suciedad anímica. Se trata de un ser depresivo que nos manipula fácilmente, haciéndonos sentir con él, en su cercanía, el patetismo de su tragedia cotidiana.
Lo mejor de la obra, sin duda alguna, es el engranaje argumental. Funciona a la perfección porque consigue implicar al lector en el descubrimiento de la construcción de la trama, mediante el recurso del personaje escondido y de la identidad equívoca. Una historia construida aparentemente a partir de pinceladas inconexas que forman un cuadro aproximadamente descriptivo de la vida en Oxford de un profesor visitante, se convierte poco a poco en el marco en que un relato aislado dentro de éste, que constituye una anécdota sobre la pasión por los libros raros del protagonista, cobra sentido gracias a la memoria de uno de los personajes. Descubrir cómo dos personajes similares se unen a través del tiempo gracias a un hecho fortuito, una terrible casualidad de la vida, es el verdadero placer que esconde Todas las almas.
El papel estructural de la memoria, la descripción de la soledad del alma incomprendida, la sensación vertiginosa del paso del tiempo, la atmósfera de irrealidad que proporcionan los equívocos culturales, son los temas por los que merece la pena conocer esta novela, tan ingeniosa, tan pura, tan inteligente.
Y entretenida.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Más listo que el hambre


Y es que el hambre y la miseria como maestras insustituibles en tiempos oscuros son el gran motivo narrativo del Lazarillo de Tormes (1554), casi sin duda la primera novela escrita en español.

Demasiado a menudo se ha tomado el supuesto realismo del Lazarillo a pies juntillas. Yo quiero hacer hincapié en que, a la hora de acercarnos a la obra, tenemos que apartar de la cabeza las ideas sobre lo verosímil y lo realista que podemos tener hoy. Del mismo modo que no se puede decir que los Reyes Católicos fueran "nazis" por expulsar a los judíos, o que Quevedo fuera un autor "machista" o que tuviera poesía "existencial", no es correcto llamar al Lazarillo una obra "realista". La premisa es: es imposible calificar un hecho anterior con términos que responden a una escala de valores posterior, ya que incurriremos en un anacronismo. Así, se suele poner como ejemplo de la terrible realidad social española la aparición de la novela picaresca. Quienes consideran que la novela picaresca constituye una especie de literatura de denuncia social están muy equivocados. Es imposible hablar de literatura de denuncia en el siglo XVI. Una cosa es que se aproveche una situación para inspirar una obra literaria, y otra muy distinta que se lean unos hechos ficticios en marco y circunstancias como si de auténticos documentos históricos se tratase.

¿Cuán "realista" es el Lazarillo? ¿Qué convierte una novela en realista? Desde luego, no es posible considerar realista el hambre del protagonista, que le hubiera llevado a la tumba en el primer mes de vida con el ciego, su primer amo; ni tampoco la voz narrativa, que confiere a un ser marginal unas habilísmas dotes literarias. La hipérbole domina toda la narración, y la intención primordial de la misma es mover a risa, sin apenas pretensiones de lo que estamos tentados a llamar "denuncia social". Los personajes destacados como amos de Lázaro son tipos sociales asimismo hiperbolizados, para escarnio de los mismos ante un público que conocía los modelos en que se inspiran. ¿Cuál es la auténtica "denuncia" del Lazarillo? Hacer comprender a los lectores que la falta de educación y de bienestar arrastra a los individuos a una degradación moral como la que experimenta Lázaro de Tormes a lo largo de la novela. Su peripecia, además de hacernos reír, nos enseña que quien mantiene a su pueblo hambriento será capaz de hacerle perder la dignidad y de relativizar hasta la destrucción su escala de valores, convirtiendo a cualquier hambriento al que saque mínimamente de la miseria en un estómago agradecido, en un títere indigno y temeroso tan sólo de no perder su recién ganada posición.