viernes, 28 de noviembre de 2008

Una cadena

A mí, que no me gustan las cadenas, ésta me ha caído en gracia. Y es que hace tiempo que me iba apeteciendo expresar a aquellos a los que leo las emociones que a veces un rápido comentario no es capaz de transmitir. Aunque a mí los comentarios apresurados me valen, muchas veces es suficiente saberte leída, aunque el comentario sea de pasada.

De todas maneras, os explico. Esta nominación consiste en elegir una imagen significativa para uno y ofrecérsela a aquellos a los que se quiera. La imagen ha de ser diferente, según quién la ofrezca cada vez. La que Diego me ha ofrecido podéis verla a la derecha.

La que yo ofrezco es ésta:



Me encanta leerte

Y quiero que sepáis que me encanta leer al Frikilósofo, por sus ideas tan originales y tan bien explicadas (es casi imposible no estar de acuerdo con él).
A Nepomuck por su espontaneidad y sinceridad (y su garra con todo el mundo ;).
A Ego, porque se nota que va de él mismo por la vida, realmente leerle me da mucha tranquilidad y siempre que quiere me levanta una sonrisa.
A Antonio Torres, un poeta tremendo y sorprendente
Finalmente, al propio Diego, al que he conocido casi al tiempo que su blog, y éste completa mi percepción de aquél.
Estos son los blogs que más me gustan, para ellos: "Me encanta leeros".

sábado, 22 de noviembre de 2008

Romanticismo


Hay que hacerlo ya. Tenéis que soltar lo que estéis haciendo ahora y entregaros con urgencia al torbellino de Romanticismo (2001), de Manuel Longares.
Se trata de una novela recientísima que, no obstante, viene recibiendo el aplauso, desde que se publicó, de la crítica más escéptica. Y ahora yo me sumo a ellos.
Sinceramente, me sorprendería que esta novela se conociera, porque no ha sido ningún éxito de ventas, y su circulación por circuitos relativamente selectos ha pasado desapercibida para el gran público. No obstante, pese a ser tan reciente, como magnífica pieza digna de atención crítica y estudio que es, ya ha "merecido" su correspondiente edición en Letras Hispánicas (Cátedra). Sólo este pequeño dato ya debería espolear la curiosidad.
Ambientada en el Madrid más acomodado y burgués, el "cogollito" del barrio de Salamanca, Romanticismo constituye una minuciosa pintura, un detallado fresco (como dicen los cursis) de la vida de esta clase adinerada desde el 5 de octubre de 1975 (con el comienzo de la enfermedad que llevaría a Franco a la tumba por fin) hasta el 3 de marzo de 1996 (la fecha en que el Partido Popular ganó las elecciones generales). En esos escasos 21 años de vida democrática, un puñado de individuos tratan de vencer el estupor que les causa la pérdida de lo establecido y pasan, con mayor o menor desenvoltura, por los obstáculos que una vida renovada para la que no están preparados de antemano les va poniendo. La inseguridad, el avanzar a tientas por la vida, es lo que une a todos los personajes de la novela. Las diferencias entre las tres generaciones que pasan por la novela, desde los que son maduros o ancianos en 1975 hasta los que empiezan a trabajar en torno a los 90, deberán ser superadas aprendiendo sobre la marcha los mecanismos necesarios para ello.
El paso del tiempo, la pérdida involuntaria de lo dado por supuesto, la zozobra de los esquemas de una vida, el fantasma del rojo, el peso de los errores propios y ajenos del pasado, que se van arrastrando como si se caminara por el fango, y la importancia de la memoria son los temas fundamentales de la novela. A medida que pasa el tiempo narrativo, el autor va enhebrando habilísimamente otras visiones y otros argumentos, hasta componer un amplísimo marco social donde los miedos, frustraciones y el orgullo de muy distintas personas dramáticas se van superponiendo gracias a una narración brillante, metódica, detallista; pero con un tono que sabe ser comprensivo a veces, irónico casi siempre.
Realismo, parodia y escepticismo ante el cambio histórico se alían en una novela que podría ponerse junto a la mejor narrativa galdosiana sin un instante de duda.

Romanticismo está publicada en Alfaguara y en Cátedra

viernes, 14 de noviembre de 2008

Para abrir boca


En espera de una sorpresilla que estoy preparando, y que tiene que ver con Benito Pérez Galdós. Ya comenté en otra ocasión una famosísima novela de este genio del Arte español. No hace falta ser un estudioso, pero sí haber leído toda su obra, para darse cuenta de la evolución que su Literatura sufrió en el trascurso de su vida, y que va irremisiblemente unida a la evolución de su pensamiento político y social, y a la marcha de la sociedad entera (especialmente por lo que tocaba a la burguesía madrileña). A quien le interese mucho, le recomiendo un par de imprescindibles artículos galdosianos en los que se ve perfectamente esa evolución. Uno es "Observaciones sobre la novela contemporánea en España" (1870) y el otro, "La sociedad presente como materia novelable" (1897). En los 27 años que median entre uno y otro escrito, Galdós modificó el punto de vista para la novela del Realismo de manera radical: pasó de una confianza en la clase media y en la alta burguesía en que serían éstos quienes resolverían los problemas políticos de España ya que tenían para ello los medios económicos necesarios, a abominar de esta misma clase cuando comprobó que, en vez de acometer las reformas a que estaban llamados, se habían dedicado en perder el tiempo imitando a la podrida aristocracia de la Restauración en usos y costumbres; y así volvió el rostro hacia el pueblo llano, hacia la clase obrera que cargaba sobre los hombros el peso excesivo de una sociedad que lo esclavizaba y necesitaba a partes iguales, peso que Galdós confiaba en que terminaría sacudiéndose de encima con la fuerza que le darían unos ideales más puros, dignos y desinteresados que los de la decadente clase alta.
Es por eso que el contraste entre Fortunata y Jacinta (1887) y la novela que traigo hoy bajo el brazo, Misericordia (1897), es tan acusado. En Misericordia, los personajes de clase media, aspirantes a una vida que no pueden llevar, y carentes de la humildad necesaria para admitirlo y salir adelante por sus medios, se presentan dependientes de aquellos a los que desprecian, encarnados en la figura de Benigna, "Nina", una figura tan admirable como fascinante, que encarna la abnegación y la sencillez más acendradas como tesoros de un corazón puro e ingenuo que entiende la vida como debe ser entendida, y que sufre por lealtad y bondadosa rectitud, y por la compensión de la situación de aquellos a los que se entrega en cuerpo y alma, según su natural benigno y misericordioso.
El escenario de la novela es un Madrid desconocido. Lejos del barrio de Salamanca, la acción se orienta de Atocha hacia afuera, hacia los suburbios. Lejos del campanario burgués de la catedral vetustense, las iglesias de Misericordia se miran desde las puertas donde se apostan los mendigos, luchando cada día por su porción de limosna. El arrabal, con sus mujeres desclasadas, sus niños revolviendo en la basura, su podredumbre, la miseria de los hospitales, cárceles y hospicios de acogida, las casas de prostitución, las tabernas, las cavas, la angustia que transmite el ciego Almudena, el mundo de los sueños y los deberes, la piadosa frontera entre la verdad y la mentira dulce, y la posibilidad de dignificar todo este ambiente, horrible sólo si se mira desde una posición acomodada, pero de tremenda fuerza y verdad si se sabe aprovechar la pureza y las ganas de cambio de sus gentes; todo esto es Misericordia. Y mucho más.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Medianera en amores


Y es que últimamente he descubierto este clásico, que, por serlo, está al alcance de todos. Se trata de la Tragicomedia de Calisto y Melibea (1502) de Fernando de Rojas (Comedia de Calisto y Melibea en una primera edición en 1499); comúnmente conocida como La Celestina.

Una obra fascinante que acumula sobre sí creo que el mayor volumen de bibliografía crítica para una obra en castellano. En realidad, la crítica se interesó por ella más tarde que por otros clásicos, no fue hasta mediado el siglo XX que se empezó a estudiar en serio, pero el caudal de estudios y de discusiones es abrumador. El problema de la autoría de la obra, las intenciones de Rojas, lo que hay de cierto acerca de que el primer acto es de otro autor y Rojas decició continuarlo, la intencionalidad de la obra, si tiene o no tintes morales, cómo influye en la ideología de la misma el hecho de que el autor fuera converso, qué diferencias hay entre una primera redacción como "comedia" y la transformación posterior en "tragicomedia", cuál es el género de la obra, a qué público se dirigía, cuáles son sus influencias... Son todas éstas cuestiones (hoy más o menos resueltas) que han venido obsesionando a los hispanistas durante casi dos siglos.

Sin embargo, lo más llamativo para el lector de hoy de La Celestina es el descubrimiento de un personaje sin parangón en la Literatura española. Si bien Rojas no inventó la figura de la medianera, alcahueta o trotaconventos, sí la dibujó con un pincel tan preciso, tan personal, tan genialmente inpirado, que creó, probablemente sin ser muy consciente de su arte, un personaje con un relieve tan individual que superó sin dificultades las barreras que su papel en la obra le colocaba, trasladando su entidad al texto entero, erigiéndose en centro del relato con un protagonismo robado a los amantes. Sorprendentemente moderna en el retrato de los sentimientos humanos, la lujuria (o, mejor, el deseo), la independencia, la altivez, el concepto de honor profesional, el interés, la codicia, el engaño y el disimulo, el egoísmo y las ansias de independencia de unos y otros personajes campan por la obra tejiendo un entramado tal de pasiones que el atónito lector no puede sino pasar los ojos por el texto asombrándose cada vez más de que, en definitiva, hayamos cambiado tan poco.

Personalmente, esta obra ha ido enamorándome hasta colocarse en un alto puesto entre mis obras preferidas, cosa impensada hace algunos años, cuando la leí por primera vez.